
Ejemplo de violencia sexista o micromachismo difícilmente identificado como tal, a tal grado de pegar tal mensaje en el propio automóvil: «Te acaba de rebasar una chica».
Algunos días atrás, la comunidad Biblioteca Feminista convocó a las mujeres, desde su muro de facebook, a participar en el movimiento #24A, una convocatoria por demás valiosa, en la que participé también desde mi muro.
Su propuesta de compartir una experiencia de violencia de género por la que hayamos atravesado me pareció interesante primero, porque me parece una forma muy contundente de visibilizar las violencias de las que nos hacen objetivo a las mujeres por el solo hecho de nacer con cuerpo «de mujer» y segundo, porque creo firmemente que resulta un ejercicio altamente terapéutico.
Y es que, a muchas personas, sin importar su sexo, no les ha quedado claro que la violencia sistemática hacia las mujeres en esta sociedad patriarcal no se limita al hecho de que nos golpeen y nos maten, les ha hecho falta saber que el homicidio es el extremo de las violencias (pero no la única) a las que se nos somete cada día de nuestras vidas: el acoso callejero, las brechas salariales, el trabajo doméstico no remunerado, la falta de representación política, la trata, la violencia obstétrica, el acceso a la educación, la ciencia falocéntrica y un lamentable e interminable etc.
Pero además de todo lo anterior, que podrían parecer vicios que «no se le pueden atribuir a nadie en particular» (aunque dudo que se así), están todas aquellas acciones y actitudes cotidianas con las que lxs personas «comunes y corrientes» contribuimos a construir esos pequeños infiernillos que preparan el terreno para hacernos entender, a nosotras y a ellos, que las mujeres existimos para el uso y consumo del varón y que nuestras vidas deben estar orquestadas de acuerdo a sus órdenes y deseos.
Desde la más tierna infancia se nos asigna un disfraz de «hombre» o de «mujer», lo que sea que eso signifique, limitando la forma en las que nos desenvolveremos por el resto de nuestros días y así, las violencias contra las mujeres las van dictando los colores de nuestra ropa, las princesas indefensas y los valientes superhéroes de los que nos proveen para jugar, las actividades extra escolares a las que nos inscriben, el mandato de sentarse con las piernas cerradas, el hablar como hombrecito, la consiga de no parecer marimachas, putas, o maricones, la prohibición de tener novio, la fiesta por tener novia, las etiquetas de tiernas y osados… Todos estos «insignificantes» gestos limitantes y violentos que ejercemos en la vida cotidiana, son la base perfecta para naturalizar más tarde el acoso callejero, la violencia de pareja, la violencia sexual en el trabajo, la escuela o la propia casa, la publicidad sexista, la cosificación de nuestras cuerpas, etc.
Si bien es cierto que el sistema y los gobiernos nos violentan sistemáticamente y no parecen mover un dedo para cambiar esa realidad, también lo es que, desde nuestras pequeñas acciones de la vida diaria, como sencillxs habitantes del mundo, tenemos la capacidad y el poder de contribuir o no, a la perpetuación de un modelo machista de sociedad que oprime a la mitad de la población para favorecer a la otra mitad, basándose en nada más que su sexo asignado. De ahí que este ejercicio de visibilización de toda clase de violencia contra las mujeres sea indispensable no sólo como la justa expresión de situaciones que hemos callado y tragado históricamente, sino también como un ejercicio de comunicación sororaria en la que reflejarnos, compartirnos y comprender que la violencia machista es una peste que nos afecta prácticamente a todas, lo cual hace imposible que seamos nosotras las responsables de la misma. También me parece un sano ejercicio de liberación en el cual repartir responsabilidades a quien correspondan y aclarar que la violencia es SIEMPRE, responsabilidad de quien la ejerce. Por último, el valor de este ejercicio puede también beneficiar a muchas personas que, inconscientes de las violencias machistas que ejercen en el día a día, lean estos testimonios con un verdadero deseo de escuchar, comprender, aprender, empatizar y, finalmente, colaborar a construir una sociedad más justa, equitativa y libre de violencia.
Ana Matricia