
Hoy se celebra el Día mundial del elefante. ¡Y yo soy súper fan de las elefantas, me encantan! Una cosa maravillosa de mi experiencia criando es la inmersión intensiva en los mundos naturales: exploraciones, libros, vídeos, preguntas, animales, planetas, más preguntas, infinitas preguntas… Una vez que vi el primer documental acerca de estos animales, no pude parar de querer más información, aún estoy en esa fase. Y comprendo a mis hijxs con ese afán interminable de querer saber más, de querer comprenderlo todo, de preguntar, preguntar y preguntar más. ¡A los libros, a internet, a quien se ponga de modo!
Dicen que las elefantas tienen una excelente memoria y por eso conocen bien los caminos a los que han de volver a buscar agua y alimento pero yo creo que tienen más que su memoria, después de todo son espíritus libres. Yo creo que tienen también su intuición y los sentidos bien abiertos, que no será un «algo» para la «ciencia» pero no por ello es poca cosa.
Entre los elefantes se honra la sabiduría ancestral representada en la elefanta más vieja de la manada, por quien se dejan conducir en total confianza. Aún en situaciones difíciles, generalmente causadas por la especie humana o por catástrofes naturales, la confianza en la matriarca prevalece.
En el grupo guiado por la matriarca, cada miembro es importante, no dejan atrás a nadie y las crías son blanco de los cuidados de todas las hembras.
Las elefantas necesitan tranquilidad para guiar a la manada y asegurar su supervivencia, es por ello que, cuando la práctica de las técnicas de combate de los machos, ya alrededor de los 12 años de edad, empiezan a ser una amenaza para la convivencia armónica, es hora para ellos de marchar en busca de un grupo de machos al cual unirse.
¡Qué lujo, maternar en paz! ¡Cómo me gustan estas elefantas! Por si fuera poco, las elefantas crían en tribu: las tías, las primas, las hermanas están ahí para las crías tanto como la madre. A la hora de juguetear, de proteger, se puede confiar en que hay una manada que apoya y sostiene el trabajo de la madre, no con bla, bla, bla, consejos y discursitos, ¡no! Sino con acciones, poniendo sus enormes y majestuosos cuerpos llenos de solidaridad y amor al servicio de todas las crías, de todo el grupo.
Otra característica que me parece alucinante de esta especie es su gran sensibilidad, que por tanto tiempo se ha adjudicado únicamente a la especie humana y que se ve, con creces, que en ello, a muchas personas, nos dan 100 vueltas. El hecho, por ejemplo, de que las madres permanezcan inmóviles al lado del cadáver de su cría muerta durante tres días, me habla de una capacidad de sentir un duelo con todo su ser como en pocas personas lo haya visto.
Otra cosa fascinante respecto a su gran sensibilidad es su respeto por sus difuntos, la ceremonia de su re-conocimiento a través de la exploración de sus cráneos con sus fantásticas y multifuncionales trompas, el cuidado con el que re-sitúan sus huesos como en un íntimo ritual.
Una especie alucinante, majestuosa cuya peor amenaza, para no variar, es la especie humana. El animal más grande que exista sobre la faz de la tierra y que sin embargo no va restregándoselo a las otras especies ni abusando de las ventajas que podrían adjudicarle sus dimensiones.
Hábiles socialmente, se pueden encontrar con otros clanes en su camino y no se sentirán amenazadas ni pelearán por un territorio, sino que convivirán pacíficamente por el tiempo que haga falta hasta que, también en paz, sea momento de continuar por diferentes caminos.
¡Ya me gustaría a mí que esa sensatez y sensibilidad fuesen tan frecuentes en la especie humana! Las elefantas me confirman, una vez más, que en el reino natural abundan la magia y la sabiduría, lo que falta son sensibilidades que las quieran encontrar, honrar y aprender de ellas. Hoy, con este bordado y estas palabras, rindo homenaje a estas colosales maestras del reino animal.
Ana Matricia