Cuando dar la teta duele

Dedico esta publicación a Nancy, para desearles a ella y a su bebé, que está en camino,  una feliz, apoyada y exitosa lactancia.

Y a la madre desinformada y carente de apoyo que fui, para que pueda ir sanando. 

Y a mi hija, mi maestra por excelencia.


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Hay lactancias muy dulces, exitosas y libres de sobresaltos de las cuales no puedo sino alegrarme; tengo la esperanza de que sean cada vez más hasta llegar al punto de que, lactancias con resultados diferentes sean una excepción.

También hay lactancias que, tras sortear ciertos obstáculos, casi siempre sociales, se imponen y, con algo de apoyo y ayuda, llegan a buen término, dejando un gusto de satisfacción para la madre.

Y hay también diversos tipos de lactancias que nunca conocieron el desenlace que la madre tanto deseaba:

-Hay la lactancia que fluía perfectamente hasta el terrible momento en que algún personaje intencionado (he suprimido el «bien» previo porque me ha parecido falso) ha hecho algún comentario a la madre para avergonzarla o llenarla de culpas al respecto.

-Hay la lactancia que nunca fluyó porque a la madre le dijo ¡una asesora de lactancia! ante la primera dificultad: «déjalo, de todas maneras es muy difícil amamantar gemelos».

-Y aquella en la que el marido dice: «yo no te quiero ver sufrir, por mí démosle biberón».

-Y aquella en la que los «profesionales» de la salud aconsejaron a la madre «complementar» con fórmula porque su bebé no crecía a la velocidad «esperada», aunque llevara un ritmo sano de crecimiento, es decir, no había peligro.

¿Cuántas historias como estas habrá? ¿Con qué dolores cargarán las madres que deseaban amamantar a sus bebés y se toparon con esas realidades? ¿Cuánto tardan en sanar esa herida? ¿A quién le importa, después de todo?

¡Pues a mí! A ellas. A nosotras.

A este último tipo de lactancias, las fallidas, las frustradas, me parece que es necesario visibilizarlas por dos importantes razones: 

1a. Porque dejan herida y las heridas no sanas solas, hay que mirarlas, hay que atenderlas, hay que ayudarlas a sanar.

2a. Porque el silencio de las madres que han pasado por ese camino no ayuda, en absoluto, a evitar que otras madres sufran sus propias lactancias.

Y por ello, hoy, les doy este lugar, deseando que ninguna otra madre pase por la enorme tristeza de una lactancia deseada y fallida. Solamente nosotras sabemos el dolor que queda.

Y es que las lactancias exitosas son un gran recurso didáctico, especialmente cuando las puedes ver en vivo y en directo, hacer preguntas. Y las lactancias frustradas son también otro tipo de recurso para aprender de los errores propios o ajenos.

Una cosa que me habría gustado tener clara en mi primera lactancia, es que la lactancia puede ser miel sobre hojuelas. Y también puede no serlo. Como madre primeriza creí que solamente con desearlo era bastante, no sabía que las cosas podrían no ir como yo lo planeaba. ¡Después de todo, todas hablaban de lo maravilloso de la experiencia! 

Creo que las mamás primerizas necesitan saber que sus cuerpos son perfectos, que sus bebés son perfectos y que, salvo en casos muy particulares y en extremo poco frecuentes, Mamá Naturaleza ya se ha ocupado de la alimentación de sus bebés por un gran periodo de tiempo. 

Y  que, debido a la escasez de modelos de lactancia materna que experimentamos en nuestros tiempos, es difícil tener una idea de lo que esta realmente es. Desde el embarazo de mi hija a hoy, han pasado más de 5 años. Es el tiempo en el que más atención he puesto a madres, bebés y familias a mi alrededor. En mi contexto, en todo ese tiempo he visto a 3 madres dar la teta en total. ¡Nos faltan modelos! (Por eso ¡GRACIAS! a todas las madres que dan la teta en público! ¡Benditas ustedes y sus bebés!)

Y también creo que es importante que sepan que, a la hora de la verdad, todo es posible: Que no sepan cómo acercar a su bebé a la teta, que su bebé tenga frenillo, que estén demasiado estresada, que sus visitas les estorben, que no fluyan en medio de tantas voces, ruidos y opiniones…

Y creo que conviene estar preparadas para todo. Y para todo no significa prepararse para no tener éxito, sino prepararse para tenerlo aunque se tenga que sortear algunas dificultades que podrían (aunque a nadie se las deseo) aparecer.

Cuando estaba embarazada de mi hija, leí cuanto se me puso enfrente (ahora sé que no fue suficiente ni eran las mejores fuentes): la lactancia es mágica, la lactancia es una maravilla, la lactancia es corazoncitos rosas con brillos flotando alrededor de la mamá cuando su bebé toma la teta, la lactancia es todo lo bonito que se te ocurra intensificado por dos: mamá y bebé, etc. Pues mira que cuando mi nena nació, armada yo, mentalmente, con toda la dulzura, el amor, el deseo y los brillantes corazones flotantes, no fui capaz de conseguir un enganche que no me agrietara los pezones. 

Lloraba cada vez que mi chiquita tenía hambre, nunca supe si lloraba más por ella o por mí. Rodeada de incompetentes (no sólo en materia de lactancia materna, sino también en materia de emociones) que no soportaban mi llanto, nos dieron un biberón para que yo por fin callara. Sin red social, en país nuevo, sin dominio del idioma local… ¡Novata en todo!

Con mi hijo pequeño me juré a mí misma que nadie me lo estropearía y, lo primero que hice fue permanecer lejos de toda compañía que interfiriera con mi objetivo de dar la teta. Las dos personas adultas cercanas que me acompañaron en el parto y puerperio lo tenían muy claro porque me encargué de que así fuera: «¡Voy a dar la teta! Si se me agrietan los pezones, si lloro, si no funciona a la primera: ¡Voy a dar la teta!» Lo supieron siempre y lo respetaron, mi amiga Mariana me apoyó mucho emocionalmente. Segundo, tener a la mano el teléfono de una asesora de lactancia certificada, así me aseguraba de que, si se presentaba alguna dificultad, yo recibiría la asesoría de y sólo de una persona cualificada para hacerlo.

Mi pequeñín decidió nacer alrededor de la 1:30 de la tarde y, para la noche, yo ya tenía los pezones bastante magullados… ¡Otra vez! Pues lo que hice fue encerrarme en el dormitorio con mi hijo recién nacido y sentenciar: «No pienso ver a nadie ajenx a esta casa hasta que venga la asesora de lactancia. Mi prioridad en este momento es establecer la lactancia.» Recibimos su visita la tarde siguiente del nacimiento de mi bebé.

¿Sabes cuál fue la gran diferencia, en mi caso, además de escoger con más sabiduría a las personas que me acompañarían en este trascendental momento? El conocimiento. La certeza de que cualquier cosa podría pasar y de que no todas las lactancias son miel sobre hojuelas. Eso me ayudó a estar preparada para todo y actuar consecuentemente con mis objetivos en el momento que fue necesario.

La asesora de lactancia lo que hizo fue, principalmente, regresarme  mi confianza: lo estábamos haciendo bien. Solamente había un par de tips que podrían ayudarnos* y ella estaba ahí para ayudarme a conseguir mi objetivo. Yo podía llamarla tantas veces como necesitara, para conseguir establecer la lactancia. Eso me ayudó mucho, alguien que respetaba mi deseo y que sabía cómo ayudarme a alcanzarlo.

Aún con todos los nuevos aprendizajes y cambios de estrategia, el dolor siguió en mis pezones por algunas semanas más para descubrir, maravillada, después de un tiempo, que dar la teta  ¡por fin, ya no me dolía!, entonces pude disfrutar y fluir con la experiencia. El dolor de esta lactancia se había ido y, lo más importante de todo, jamás se había llegado a instalar en mi corazón.

 

 

*Los útiles tips de la asesora de lactancia fueron:

– Esperar a que mi bebé abriera más la boca (como si fuese a morder una manzana, fueron las  iluminadoras palabras) antes de darle la teta. Me costó trabajo porque no quería hacerlo esperar mucho tiempo, me parecía que lo estaba haciendo sufrir en vano así que tuve que asimilar que, esperar un poquito más era necesario para conseguir un buen agarre.

– Darme de protectores de gel para evitar el roce con la ropa, ayudando así a que los pezones se recuperaran más pronto.

Y algo más que «descubrí» con mi hijo en el camino y que lo cambió todo, fue que era mejor dejar que él «se enganchara» a la teta y no que yo intentara dársela metiéndole yo el pezón en la boca. (No sé de dónde habré sacado esa idea de meterles yo el pezón pero definitivamente fue muy mala idea).

 

Publicado por Ana

Mujer, hija, esposa, madre, hermana, madrina, sobrina, amiga, aprendiz, caminante. Me encanta dibujar, cocinar, danzar, viajar, leer, cantar. Estreno ahora mi nueva faceta de bloggera con fines terapéuticos.

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