De alguna manera, los machirulos no son nunca responsables de sus acciones.
Si el marido se acuesta con otra es porque esa otra es una puta, una ofrecida. O porque la esposa es ¨frígida¨.
Si el hermano 9 años mayor abusa sexualmente de la niña, es porque la niña es tonta y no dice nunca nada.
Si el esposo de aquella la golpea y la tortura, es porque ella lo permite, a lo mejor hasta le gusta.
Si cualquier imbécil que va por la calle la viola, es por la forma en que ella va vestida.
Si el compañero la mata, es porque ella se negó a ser su novia, le hubiera seguido la corriente.
Si el tiarraco es prepotente y vulgar en su trato con las mujeres, es porque una mujer así lo educó.
Si el tipo no tiene idea de preparar comida o lavar su ropa, es porque la madre nunca «lo dejó».
Si no ejerce como padre, es porque su esposa «no se lo permite».
En fin, ¡que la culpa es siempre de ellas! Por una o cosa o por otra. En lo mucho y en lo poco, en lo malo y en lo peor. No importa lo que hagamos o lo que dejemos de hacer, la culpa es siempre de las mujeres.
Ellos, los machirulos, son pobrecillas víctimas de un impulso sexual que existe en su imaginación solamente, legitimado por el patriarcado para justificar los estragos causados por su envidiosa misoginia. Reducidos por una sociedad patriarcal a poco más que una bola de carne ambulante con nada más que un apéndice como guía, llevan por la vida, orgullosos, la etiqueta de estúpidos, de incompetentes, de inútiles, de incapaces de valerse por sí mismos o de pensar por su cuenta.
Se acogen a su papel de víctimas de una educación que les impide llorar cuando están tristes o relajarse un poco en materia de economía y sacan su discursito gastado a la primera oportunidad, de que el machismo les hace TANTO daño a ellos como a las mujeres. Luego, cuando una mujer les confronta o les amenaza, salen a la calle a pagarla con la primera que se encuentran a su paso y a usar los privilegios que su estatus de machirulos les otorga.
No, los machirulos no son nunca responsables de sus acciones. Y evaden su responsabilidad con estúpidas excusas imaginarias que, de tanto repetirlas, se creen incluso que son ciertas.
Es que francamente, parafraseando un poco a Serrat, si no fueran tan dañinos, nos darían risa; si no fueran tan nocivos, nos darían lastima.
Pero lo son, así que ni lástima, ni risa.